martes, 22 de abril de 2008

La vida en su justa medida

Es un viaje, una puesta de sol, una mirada. Es por si sola, es.
Es caminar descalzo por las calles de Santiago, pensando que es la arena de Leblond.
Es estar vestido para la ocasión, pensando mil veces que vas a decir.
Es volver a bailar, a moverte por ti solo.
Es sentir la música que habías olvidado, eternos momentos silenciosos, expectantes sinfonías en tu cabeza.
Es mirar el cielo y recordar momentos.
Es compartir con los tuyos en tu ambiente, en tu instante.
Es sentarse a escribir palabras, hilando recuerdos, felices fragmentos, recortes e imágenes.
Es hacer un collage de eternas figuras, millares de colores fundidos en un punto de luz que desaparece para no ser visto.
Es salir a correr todas las tardes, por senderos eternos. Un mar de árboles acompañan la ruta, que día a día se trasforma en rutina.
Es aquel sentimiento que despeja el alma y no envenena recuerdos.
Es la vuelta del guerrero a su hogar, esperando recibir ese abrazo que hace olvidar todo el dolor y las penas.
Es disfrutar hasta la última gota de verano, porque siempre se hace cortísimo.
Es entregar hasta el último esfuerzo en lo que haces, sin importar si fracasas.
Es creer en la esperanza, compañera esquiva de mil batallas.
Es esperar días y semanas, meses y años cuando lo piden.
Es olvidar para sanar, heridas sin costra, cortes sin líneas.
Es inventar letras de canciones, confundir melodías y olvidar compases.
Es pintar sobre maderas húmedas plasmando sentimientos.
Es volver a llamar cuando no lo esperan, sin importar la respuesta.
Es seguir intentando cuando vale la pena hacerlo.
Es detenerse cuando el momento lo amerita, es darse cuenta que el tiempo es solo eso, tiempo.
Es gritar al vacío, esperando un eco que no llegará hasta que sanen los rincones que no permiten dar respuesta.
Es eso, la vida, solo eso.
Nada más ni nada menos, todo en su justa medida.

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