lunes, 14 de julio de 2008

Luces Rasgadas




Que grande es este lugar, lleno de gente, de vidas paralelas, de rostros diferentes, de cuerpos similares, no puedo con tanto detalle.
Mientras caminaba a un banco para sentarme, de a poco el día se iba trasformando en atardecer, las palomas emprendían su vuelo, la gente iba disminuyendo y solo quedaban los poetas como yo, que sienten en el atardecer una atracción única, que aflora bajo la piel y se escabulle dentro de las venas, logrando su perfección en el calor del corazón y la mente. Es maravilloso el colorido que da ésta hora, reflejado en la monotonía de los adoquines de la plaza, mezclado con la gran variedad de verdes que dan los árboles postrados en la tierra cobijando a los pajarillos.
La pileta da una grata sensación, es como estar en una roca gigantesca y que la brisa del mar te golpee el rostro, dejando sus huellas como gotas que resbalan por el pómulo, para terminar siendo succionadas por la tierra.
Ya oscureció, tomo mi bolso para sacar vida, papel y lápiz. Herramientas que describen mi pasado, que relatan mi presente y que forjan mi destino.
Al deslizar el lápiz por el papel, voy sintiendo como el carboncillo comienza a trasformar las rayas en letras, y éstas en palabras, aquellas en frases, luego en oraciones y cada vez van aumentando hasta llegar al punto final. Ese centro oscuro y perfecto que amarra de manera singular todos los sentimientos y los plasma en cosas reales. Pasa por el cuerpo hasta llegar nuevamente al papel. Ese pedazo que nació de un árbol y que ahora al contemplarlo lo admiro con más detalle.
Vivo en una ciudad que te presiona a cada momento, en donde te hacen creer que al dormir estás descansando, pero que a su vez, otra persona está aprovechando ese mismo momento para sacarte ventaja, no solo a uno, sino que a todos para poder vivir, para formarse un futuro que sea el que todos buscamos, el que nos de una felicidad aparente y del cual podamos vivir en armonía y con la menor cantidad de problemas. Este mundo tan grande , de tamañas dimensiones pero al cuál solo conocemos en una medida tan ínfima que ni siquiera podemos decir que lo conocemos, al no conocernos a nosotros mismos siquiera.
Lentamente vamos perdiendo la vida, que corre como el viento y no la podemos detener, sino solo recordarla, preocupándonos de cosas tan importantes que con el paso de los años encontramos tan insignificantes.
Si me encontrara con la muerte, le pediría que me devolviera la vida, al tiempo que pediría volver a morir si no vivo lo que ya viví.
Los lazos que vamos construyendo se dispersan cuando el día va terminando. Y si son lo bastante firmes quizás duren una noche más, para poder contarlo como historia a las generaciones siguientes y que sirvan para rellenar una página más en éste papel que algún día desaparecerá como nosotros.

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