lunes, 14 de julio de 2008

Anastasia


Una música tenue, lenta y penetradora se apodera del lugar inmerso en una nube. Poesía de los más diversos aromas y temperaturas. La mesa de madera alumbrada por el candelabro artesanal, daba la luz perfecta para el momento. Frente a mi estaba ella, en completa armonía, disfrutando de la naturaleza que nos envolvía. Su mirada, sus ojos me decían mucho, su tez morena suave como el algodón. Entre caricias, mis manos fluían espontáneamente sobre su cuerpo. Ella reaccionaba a su vez mostrándome una sonrisa, estaba disfrutando. El ambiente se torna de color rojo. Las paredes se fueron cerrando, arrinconándonos, juntándonos. Sus gestos delicados, su mirada, su cuerpo, confabulaban para mi. Su expresión corporal, todo su ser , la esencia misma de aquella mujer era perfecta. No podría describirla de otra manera que no fuera por su nombre, era ella, solamente ella, Anastasia. La cuál nació de la cascada celestial, que aprendió el arte de amar bajo los pies de la naturaleza, que creció junto a las montañas de la soledad y se formo como mujer. Pura e indeleble, que brotó como semilla del árbol de la juventud, llena de vida, sin prejuicios ajenos que pudieran marchitar su corazón. Era ella, Anastasia, solo ella. A quién Dios quitó el don de hablar y de oír, pero que mediante el trascurso y evolución de su vida encontró el secreto que pocos consiguen hallar. El poder darse por entera y entregar sin palabras ni sonidos. La capacidad de amar a otro más que a ella misma. De poder dar a conocer sus sentimientos con la sola mirada, con el sentimiento puro y propio que no necesita de palabras para ser entendido, sino que sólo se comprende al estar en blanco, concentrado solo en un fin. Un único y magnánimo fin, el de entregar toda esa esencia a la mente perfumada por el calor del sentimiento. Eso que quema sin tener fuego, que te congela sin haber hielo, que te completa con poco, que hace que sientas algo especial dentro de ti. Una sensación indescriptible, solo ella. Anastasia, solo ella.

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