
Era una habitación enorme, rodeada de detalles maravillosos, el aroma que respiraba provenía de la tasa de café que tenia a mi costado, la iluminación era tenue, miraba la chimenea robustecida de piedra que acomodaba mis pensamientos mas profundos. Sentado en la silla mecedora, divagando por el mundo del pensamiento, esa sensación de placer, de bienestar espiritual trasformaba mi cuerpo en luz, en una nube que se eleva por entre las cortinas y mi ropaje.
Caminaba por las estrechas calles de mi ciudad, un frío día de Julio, poco a poco una extraña sensación me paralizó y contemple algo que me dejó atónito en la penumbra de la noche. Era una visión, miré al cielo y vi como una estrella se acercaba hacia mi, el frío de la oscuridad cesó, sentí un calor incandescente en mis venas fluyendo de mi corazón como el resplandor de mi mente. Entré en un transe especial, mire mis manos abiertas escudriñadas por el frío, pero no sentía nada. Mi cuerpo estaba morado pero no sentía absolutamente nada. De a poco mis ojos fueron cerrándose al ambiente y abriéndose a la mente. Al pensamiento abstracto, a recorrer los sentidos, a ser una masa que no se puede palpar, solo sentir. Sentí un peso sobre mi espalda, caí al suelo al no soportar tanto amor, tanto cariño y aprecio. Fue algo que marco mi vida por completo, aprendí a ver mas allá de lo que los ojos simplemente ven, aprendí a sentir algo mas de lo que la mano puede palpar, aprendí a oír no solo las palabras que salen de la boca, sino que a entenderlas. Fue fantástico, dibujo en mi una personalidad abocada a lo mas importante en la vida, a ser simplemente uno tal cual es. A dejarse llevar por los sentimientos, a comprender a los demás y a saber escuchar.
Poco a poco la luz de esta enorme habitación, va penetrando las cortinas y el aroma del café se pierde a cambio del olor a leño que está por acabarse. Dejé la silla mecedora en la cual estaba postrado y caminé lentamente por el sendero que dejaba la luz. Saqué un cigarrillo del bolsillo, lo encendí lentamente dejando que el fuego consumiera el tabaco de un trasnoche pensativo. Lo acerqué a mi boca, fumé y deje que el humo penetrara mi cuerpo abatido por la noche. Sentí el paso por los pulmones rebosantes en nicotina, boté lentamente el humo alojado en mi cuerpo y percibí un relajante estado de flacidez.
Cada cual tiene dentro de sí, algo especial. Algo que hace de cada uno una persona diferente. Al estar alejado de la realidad, aunque sea por un momento, me hace sentir y aflora en mi algo distinto a lo que soy estando en un ambiente real. Será la abstracción, el viaje por los sueños, el no sentirse presente, el estado brumoso y agradable de la irrealidad concreta.
Ya está de día, abrí las cortinas perfumadas a cigarrillo y aprecié la grandeza de la naturaleza. Ese horizonte despampanante ante mis ojos. La dura realidad de estar encerrado en una burbuja impenetrable, ese anhelo de libertad y gozo por salir. Poco a poco, esta inmensa habitación con sus detalles va desapareciendo. Empecé a ver una celda lúgubre, sentí el cuerpo encarcelado y atado a un lugar físico del cual no podré salir jamás. A su vez mire a mi alrededor y no habían ventanas, miré al cielo y solo vi la oscuridad del techo. Sentí hambre y de pronto vi al carcelero dejar una ración de comida junto a la puerta. Al fin desperté de los sentimientos y vi la verdad de mi situación. Estar condenado a cadena perpetua en un lugar pequeño, acompañado solo por los sueños de libertad, solo postrado en una cama de madera y percibiendo el olor a soledad y castigo. La única esperanza para vivir este calvario son mis recuerdos. Lo único que perdura en el tiempo son los recuerdos de amor, felicidad y momentos de comprensión, que marcan la vida para siempre, que vuelan por las paredes del corazón y que afloran cuando uno rompe las barreras de la realidad y fluyen del alma.
Caminaba por las estrechas calles de mi ciudad, un frío día de Julio, poco a poco una extraña sensación me paralizó y contemple algo que me dejó atónito en la penumbra de la noche. Era una visión, miré al cielo y vi como una estrella se acercaba hacia mi, el frío de la oscuridad cesó, sentí un calor incandescente en mis venas fluyendo de mi corazón como el resplandor de mi mente. Entré en un transe especial, mire mis manos abiertas escudriñadas por el frío, pero no sentía nada. Mi cuerpo estaba morado pero no sentía absolutamente nada. De a poco mis ojos fueron cerrándose al ambiente y abriéndose a la mente. Al pensamiento abstracto, a recorrer los sentidos, a ser una masa que no se puede palpar, solo sentir. Sentí un peso sobre mi espalda, caí al suelo al no soportar tanto amor, tanto cariño y aprecio. Fue algo que marco mi vida por completo, aprendí a ver mas allá de lo que los ojos simplemente ven, aprendí a sentir algo mas de lo que la mano puede palpar, aprendí a oír no solo las palabras que salen de la boca, sino que a entenderlas. Fue fantástico, dibujo en mi una personalidad abocada a lo mas importante en la vida, a ser simplemente uno tal cual es. A dejarse llevar por los sentimientos, a comprender a los demás y a saber escuchar.
Poco a poco la luz de esta enorme habitación, va penetrando las cortinas y el aroma del café se pierde a cambio del olor a leño que está por acabarse. Dejé la silla mecedora en la cual estaba postrado y caminé lentamente por el sendero que dejaba la luz. Saqué un cigarrillo del bolsillo, lo encendí lentamente dejando que el fuego consumiera el tabaco de un trasnoche pensativo. Lo acerqué a mi boca, fumé y deje que el humo penetrara mi cuerpo abatido por la noche. Sentí el paso por los pulmones rebosantes en nicotina, boté lentamente el humo alojado en mi cuerpo y percibí un relajante estado de flacidez.
Cada cual tiene dentro de sí, algo especial. Algo que hace de cada uno una persona diferente. Al estar alejado de la realidad, aunque sea por un momento, me hace sentir y aflora en mi algo distinto a lo que soy estando en un ambiente real. Será la abstracción, el viaje por los sueños, el no sentirse presente, el estado brumoso y agradable de la irrealidad concreta.
Ya está de día, abrí las cortinas perfumadas a cigarrillo y aprecié la grandeza de la naturaleza. Ese horizonte despampanante ante mis ojos. La dura realidad de estar encerrado en una burbuja impenetrable, ese anhelo de libertad y gozo por salir. Poco a poco, esta inmensa habitación con sus detalles va desapareciendo. Empecé a ver una celda lúgubre, sentí el cuerpo encarcelado y atado a un lugar físico del cual no podré salir jamás. A su vez mire a mi alrededor y no habían ventanas, miré al cielo y solo vi la oscuridad del techo. Sentí hambre y de pronto vi al carcelero dejar una ración de comida junto a la puerta. Al fin desperté de los sentimientos y vi la verdad de mi situación. Estar condenado a cadena perpetua en un lugar pequeño, acompañado solo por los sueños de libertad, solo postrado en una cama de madera y percibiendo el olor a soledad y castigo. La única esperanza para vivir este calvario son mis recuerdos. Lo único que perdura en el tiempo son los recuerdos de amor, felicidad y momentos de comprensión, que marcan la vida para siempre, que vuelan por las paredes del corazón y que afloran cuando uno rompe las barreras de la realidad y fluyen del alma.