Amanece y en la mente aparece el sabor agrio que exuda aquella pieza de blancas paredes. Que esconden la esencia de una historia que con los años se fue plasmando en tu piel y que ahora no quieres ver.
Sales a la calle y en medio de una multitud te divisas y trasciendes tu cuerpo. Te ves desde arriba y de todos los ángulos. Sientes el viento y un mareo que nubla tu equilibrio. Temes caer pero vuelves a los pies y los dominas. Inestabilidad total en aquel cemento que parece tan firme y que de un momento a otro puede cambiar en algodones frágiles de texturas porosas. Donde los pies se enredan y solo piensas que es un sueño. Y estás parado ahí sin moverte, mirando sobre las cabezas que forman olas y figuras diversas, pensando en cada persona como un desconocido al cuál de solo verlo quieres conocer. Y es la sensación de estar parado ahí en medio de tantas almas, de tantas historias y de vidas que continuarán su curso cuando no las veas, lo que te angustia. Conocer mirando es un barniz tenue de acercamiento vital. Mirar al costado y solo ver siluetas. Es la ceguera del pensamiento la que impide mover los bloques estancados de una mente que está paralizada por las emociones. Recuerdo aquel día en que la rutina de subir al auto me privó por un instante de la realidad que sucedía a mi lado. Al prender el auto miré hacia mi derecha y noté que había una mujer que apoyaba su cabeza en el volante de su móvil acompañando su rostro con las manos. Y la primera impresión fue la de partir lo mas rápido posible para no incomodar a aquel ser que seguramente estaba llorando. Saque mi auto y me detuve un segundo antes de partir. La fragilidad expuesta en toda su magnitud, el traspaso de una emoción dolorosa que dejaba expuesta aquella forma corporal de haber recibido un impacto.
Y pise el acelerador de manera automática, donde en una fracción de segundo llovieron pensamientos y emociones. Aquel ser desconocido que escondía su rostro, que quizás suplicaba una muestra de cariño o quien sabe si estaba solo descansando su mente ante un arrebato de las neuronas. Seguirá siendo una silueta en un mar de personas, que quedan como recuerdos y que algún día dijiste para ti: y pensar que a ese ser no lo veré nunca más, que cuando llegue a mi casa lo mas probable es que haya levantado su cabeza, prendido el auto y seguido su curso normal.
Es la angustia incesante que atormenta el pensamiento y que aparece de vez en cuando, en el redil de paredes blancas que impregnan tu piel y que no quieres ver porque no puedes. Es la medida perfecta en que adviertes la inmensidad de vidas y emociones que te rodean y de la cual no puedes ser parte. Porque solo vez y sientes aquello que te toca presenciar. Es la irrealidad de un pensamiento la que irrumpe con fuerzas y permite que viajes nuevamente a aquel lugar que ya no existe en tiempo presente pero que vives en un ahora inexistente sin preguntas y respuestas. En un instante eterno que termina cuando despiertas y vuelves a la rutina de un nuevo día que amanece tras la bruma.
TELEVISION
Hace 15 años
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