lunes, 16 de junio de 2008

Entre el cielo y la tierra.

Encontrando sin buscar, en un horizonte de múltiples facetas
esbozando un conjunto que invita a conocer
entre el mar de casualidades que nos toca vivir.

Conversaciones que profundizan aspectos esenciales
confluyendo en ideales, que en tiempos modernos son escasos
imagen que atraviesa ojos profundos
dejando expuesto al corazón sin protecciones.

Sonrisas que armonizan el canto
entre paredes que se abren de a poco
dejando ver entre pestañas
un dejo de tu inocencia.

Sabiendo por etapas, de gustos y preferencias
dejando caminar el sabor de una rosa
que entre chinos y expressos
hacen un solo destino

Iniciativas tomadas con cautela
recibiendo agradables cumplidos
no queriendo ser evidente
por temores inútiles que no tienen sentido.

Es mirar una tela sin pintar
sabiendo que es una obra maestra
cuando de solo estar
sabes quien es por su esencia.

Aquel boceto que percibo
es ahora una pintura con sentido
aquella que se deja observar
invitando a imaginar.

En una danza de timbales
que se azotan contra las caderas
en una canción sin grandes letras
que alegran pequeños corazones.

Es la tapa de un libro
que puede convertirse en historia
o tal vez quedar guardada bajo una ilusión
que nunca vio la luz entre bosques y arrabales.

miércoles, 4 de junio de 2008

Tierra de Sorpresas



Inmensidad que asombra, que desvela a los aventureros y a los iluminados por la incertidumbre. Estás ahí incólume ante los miles de visitantes que pisan tus faldas y suben por tus espaldas. Al llegar por la mañana, luego de haber caminado por senderos eternos que parecen no terminar nunca, apareciste en tu total magnitud. Pareces un sueño, con las tonalidades de verdes, cafés y un par de nubes que te miran de reojo. Me senté un momento e hice vista horizontal como si estuviera filmando con mis ojos. Los rincones y las hileras de piedras, cada una amoldada en forma perfecta. Haciendo dibujos y formas que llevan a un centro mágico de espiritualidad.
A ratos quedaba mi mente en blanco, no veía a los lados. Pero sentía, al fijar mi vista en un punto, una sensación de estar en un lugar extraño. Me concentre en una roca, del tamaño de 3 personas juntas de altura. Y pasaban los visitantes asombrados de tanta naturaleza y cultura. Pero ellos pasaban mirando el entorno que da el lugar, sus piedras, caminos, colores y formas. Sin percatarse de un pequeño niño que los miraba a ellos y se reía. Aquel ser de dimensiones pequeñas, de tez oscura y vestido con ropa de lana. Brillaba por el rojo y el verde de su vestimenta, que contrastaba con la opacidad de su rostro raído por el sol. De hecho, aquel niño aparentaba ser mayor, por la mala calidad en que se encontraba su piel. Pero era una característica de la población local de la zona.
Y seguí fijándome en él. En lo asombrado que estaba de algunos turistas que casi desfiguraban sus caras al no poder creer lo que estaban viendo. Y es la magia que produce el lugar. Mientras unos se asombran con lo natural del paisaje, otros lo hacen con la extrañeza del visitante. Y decidí ir a ver a aquel niño, que pasaba desapercibido por las personas. Al llegar a aquel lugar, lo miré fijamente. El pequeño me miro y agachó la cabeza. Le pregunte: ¿Cómo te llamas?. Y me respondió: One dollar.
Todo se resumía a eso. Y quizás esa sea la razón por la cuál aquel joven no era visto por los visitantes. Nadie quería ser molestado o perturbado en aquel momento en que uno puede abrir los sentidos y contemplar nutriéndose de la maravillosa naturaleza.
Pero eso sería una posibilidad. La otra que se me ocurre es que el hambre que se vive en zonas donde el único sustento es el turismo, da para mucho. Y no es culpa de aquel ser diminuto que no tiene maldad en su alma, el estar pidiendo plata. Por ende, saque de mi bolsillo un dólar que tenía y se lo di. Su cara cambio y me miró a los ojos. Ya no tenía la sensación de querer cubrirse. Y sonrió. Mostrando su alma a través de aquellos ojos negros que confunden las pupilas, junto a los cuatro dientes que me enseñaba con orgullo. Para mi sorpresa, llegaron tres niños más. A los cuales no les pregunte el nombre. Y me dijeron: One dollar. Ya empezaba a preocuparme. No tanto por tener que darles un dólar, si no porque todo se resumía a eso. Estaba el contraste entre el lugar espiritual y la caída al mundo real de lo material.
Les dije que no tenía plata y ellos seguían insistiendo. Decidí no mirarlos, hacer como si no existieran y caminé hacia otro lugar. Desde ahí, miré hacia arriba al lugar donde antes había estado sentado mirando aquel punto fijo. Y había un extranjero como yo, mirando todo lo que había hecho. Y ahí comprendí a los demás visitantes que hacen vista gorda a aquel niño de características exóticas y ropaje peculiar. Había caído en la misma rutina que antes no entendía.
El día estaba terminando y había visto casi todo. Las miles de rocas grises y cafés, de tamaños enormes y algunas más pequeñas. Los senderos resbaladizos que llenos de piedrecillas recorren los más profundos y variados espacios. Los rincones olvidados juntos a los que se fotografían a menudo como postales. Esta ahí, parado sobre una de las maravillas del mundo. Aquel lugar que sirvió de concierto para los Jaivas y que ha motivado a los más eruditos de las letras a escribir de él. Machu- Pichu lo llaman en las guías turísticas. Yo en cambio, le digo: Tierra de sorpresas.

martes, 3 de junio de 2008

El amanecer brumoso de Soledad

Amanece y en la mente aparece el sabor agrio que exuda aquella pieza de blancas paredes. Que esconden la esencia de una historia que con los años se fue plasmando en tu piel y que ahora no quieres ver.
Sales a la calle y en medio de una multitud te divisas y trasciendes tu cuerpo. Te ves desde arriba y de todos los ángulos. Sientes el viento y un mareo que nubla tu equilibrio. Temes caer pero vuelves a los pies y los dominas. Inestabilidad total en aquel cemento que parece tan firme y que de un momento a otro puede cambiar en algodones frágiles de texturas porosas. Donde los pies se enredan y solo piensas que es un sueño. Y estás parado ahí sin moverte, mirando sobre las cabezas que forman olas y figuras diversas, pensando en cada persona como un desconocido al cuál de solo verlo quieres conocer. Y es la sensación de estar parado ahí en medio de tantas almas, de tantas historias y de vidas que continuarán su curso cuando no las veas, lo que te angustia. Conocer mirando es un barniz tenue de acercamiento vital. Mirar al costado y solo ver siluetas. Es la ceguera del pensamiento la que impide mover los bloques estancados de una mente que está paralizada por las emociones. Recuerdo aquel día en que la rutina de subir al auto me privó por un instante de la realidad que sucedía a mi lado. Al prender el auto miré hacia mi derecha y noté que había una mujer que apoyaba su cabeza en el volante de su móvil acompañando su rostro con las manos. Y la primera impresión fue la de partir lo mas rápido posible para no incomodar a aquel ser que seguramente estaba llorando. Saque mi auto y me detuve un segundo antes de partir. La fragilidad expuesta en toda su magnitud, el traspaso de una emoción dolorosa que dejaba expuesta aquella forma corporal de haber recibido un impacto.
Y pise el acelerador de manera automática, donde en una fracción de segundo llovieron pensamientos y emociones. Aquel ser desconocido que escondía su rostro, que quizás suplicaba una muestra de cariño o quien sabe si estaba solo descansando su mente ante un arrebato de las neuronas. Seguirá siendo una silueta en un mar de personas, que quedan como recuerdos y que algún día dijiste para ti: y pensar que a ese ser no lo veré nunca más, que cuando llegue a mi casa lo mas probable es que haya levantado su cabeza, prendido el auto y seguido su curso normal.
Es la angustia incesante que atormenta el pensamiento y que aparece de vez en cuando, en el redil de paredes blancas que impregnan tu piel y que no quieres ver porque no puedes. Es la medida perfecta en que adviertes la inmensidad de vidas y emociones que te rodean y de la cual no puedes ser parte. Porque solo vez y sientes aquello que te toca presenciar. Es la irrealidad de un pensamiento la que irrumpe con fuerzas y permite que viajes nuevamente a aquel lugar que ya no existe en tiempo presente pero que vives en un ahora inexistente sin preguntas y respuestas. En un instante eterno que termina cuando despiertas y vuelves a la rutina de un nuevo día que amanece tras la bruma.